martes, 5 de noviembre de 2013

Premonición


Este shoot participó en el concurso de TH ficción: Leyendas urbanas. Aunque no gané, me gustó mucho participar. Gracias a los que leyeron y comentaron.

Bill despertó de su siesta sumamente nervioso. Había soñado que era atacado por unas ratas enormes en un callejón muy oscuro y luego de huir, aparecía  un hombre con sombrero de copa y cuchillo en la mano que lo perseguía. Angustiado, recordó que según los libros de interpretación de sueños que había leído en la casa de una de sus amigas, el cuchillo significaba ‘traición’ y las ratas ‘enfermedad’. Convencido de que ese sueño sólo podía ser una mala señal, se levantó de la cama decidido a visitar a Nat, una wica a quien conoció en un centro de relajación, ella y sólo ella podría darle una respuesta. Apurado entró al baño, se desvistió y prendió la terma. Mientras se duchaba, sintió unos rasguños en la puerta de su habitación.
—Ya Nerón, ya salgo… —gritó.
Cuando acabó de asearse, se envolvió en una gran toalla y salió del baño. Los rasguños eran cada vez más fuertes y preocupado abrió la puerta. Nerón saltó y puso sus dos patas en el pecho del joven rubio haciéndolo retroceder.
—¿Qué pasa bebé? Ya tienes hambre ¿no?
El gran danés respondió con un sonoro ladrido y movió la cola en señal de asentimiento. Bill sonrió y luego de rascar por unos minutos detrás de las orejas de su can, lo bajó de su pecho.
—Hoy saldré Nerón, deberás cuidar la casa —dijo mirándolo fijamente.
El perro se sentó y ladeó la cabeza varias veces sin despegar sus claros ojos de su amo.  Enternecido por la mirada brillosa de su mascota, se puso de cuclillas y acarició su cabeza.
—Papá soñó feo —dijo haciendo un puchero. El can de inmediato se acercó y lamió el rostro de su dueño haciéndolo reír.
—Gracias por tu apoyo bebé —y le estampó un beso en la peluda frente—, pero creo que ya es hora de que comas. ¡Son casi las dos de la tarde! Debes estar muriendo de hambre. Anda y espérame en la cocina.
Y obediente, el perro salió corriendo hacia dicho lugar. Cuando la leal mascota desapareció de su vista, Bill se incorporó y una extraña mueca apareció en su rostro. La sensación de angustia no había desaparecido de su pecho y eso no le gustaba nada. Desganado, se dirigió al armario y cogió lo primero que vio, mas cuando estaba a punto de salir, una conocida melodía se dejó oír. Con una gran sonrisa corrió hacia su cama y tomó su bolso. La melodía sonaba cada vez más fuerte, así que metió la mano hasta el fondo y sacó el móvil.
Amor…
—¡Tom, qué sorpresa! Pensé que hoy no llamarías —dijo sentándose en la cama.
—La reunión se canceló a última hora. Problemas con el abastecedor, parece que no pudo hacer su informe o algo así.
—Que mala noticia, pero me alegra escucharte —dijo dejando escapar un suspiro.
—¿Y cómo has estado?
—Más o menos.
—¿Por qué?
—Me acabo de levantar. Soñé feo.
—Pequeño, seguro comiste demasiado.
—No Tomi, tengo un mal presentimiento —dijo angustiado.
—Ya empezaste con tus cosas, Bill.
—Es cierto, Tomi —dijo apretando la almohada.
—Ay amor por qué serás tan supersticioso. Ya verás que nada va a pasar. Tranquilo.
—¿Tú estás bien? —dijo con voz diminuta.
—Perfectamente, solo extrañándote un montón.
—También te extraño.
—No te preocupes. El domingo estaré en casa y volverás a dormir como un bebé.
—Ya quiero que sea domingo —suspiró en el teléfono.
—Y yo amor. Ahora debo dejarte. Nos llaman, creo que la reunión se llevará a cabo de todas maneras. Cuídate mucho ¿sí?
—No te preocupes. Besos Tomi.
Con otro suspiro colgó. Tom tenía razón, no debía preocuparse de esa manera, pero sus sueños nunca lo habían engañado. Así que decidido a saber qué querían revelarle, tomó su bolso y salió de su habitación. En la cocina, Nerón ladraba y ladraba.
—¿Qué pasa bebé?
Lo encontró parado de dos patas rasguñando la puerta para salir.
—Pero quién te entiende —dijo acercándose a la puerta para abrirla—. Ya está, sal pero no te alejes mucho.
El perro salió apresuradamente y Bill aprovechó para recoger el periódico. Se sorprendió mucho cuando leyó en primera plana que un peligroso asesino serial había escapado de la cárcel en horas de la madrugada. Asustado, cerró la puerta y preparó la comida de Nerón, su pecho dolía y las manos empezaron a temblarle, sus nervios lo dominaban de nuevo. A los pocos minutos, el can ladraba para que le abriera. Con desconfianza, se acercó a la puerta mirando a todos lados y luego de que el can entró, la cerró asegurándola. Le sirvió la comida a su mascota en su plato especial y se sentó a contemplarlo hasta que terminó. Bill ya no quería salir, pero el sueño que tuvo lo inquietaba, así que se echó un poco de brillo en los labios, se puso su gorro y cogió el bolso.
—Nerón, cuidas la casa. Regreso en un par de horas.
Con el corazón apretado, el rubio se dirigió al departamento de Nat. Caminó a paso lento ensimismado en ese sueño, y en un intento de calmar algo sus nervios sacó un cigarro de su bolso y buscó el encendedor, pero no pudo encontrarlo; revisó sus bolsillos y sonrió cuando lo halló en su chaqueta. Abrió la tapa, ansioso por prender el cigarro y sentir la nicotina, y nada, la llama no salía. Lo cerró y volvió a abrirlo, pero nada ¡el encendedor no funcionaba! Ese hecho lo exaltó aún más, pues lo consideró como una mala señal, algo que confirmaba su mal presentimiento. Más nervioso que antes llegó al departamento de Nat y, para su sorpresa, la puerta estaba entreabierta. Temeroso entró.
—¿Nat?
—Aquí, Bill.
El rubio cerró la puerta y se dirigió a la cocina, de donde provenía la voz.
—¡Qué sorpresa verte! Pero ¿por qué esa carita? ¿Pasó algo? —dijo preocupada.
—Tuve un horrible sueño —dijo muy decaído.
—Debe ser la tensión por no tener a Tom en casa.
—…l se ha ido otras veces, Nat, y yo he estado muy tranquilo. ¡Demonios! No recuerdo la última vez que soñé tan feo, creo que fue antes que muriera mi abuela, no lo sé —dijo con desesperación.
—Tranquilo Bill, nada de pensar en cosas negativas. Sabes muy bien que con solo hacerlo, atraemos las malas energías. Ahora siéntate aquí y te traeré un té de manzanilla —dijo mientras empujaba suavemente al rubio cerca de una silla.
Bill se quedó quieto, apoyado en la mesa de la cocina, mientras veía a Nat preparar el té. Debía tranquilizarse, no podía seguir buscando señales en todo lo que le pasaba. Quizá Nat tenía razón y solo extrañaba a Tom, pero ¿y ese sueño? Ese sueño solo podía estar advirtiéndole de algo. Afligido, hundió la cabeza entre sus brazos y dejó escapar un sonoro suspiro.
—Tómate la manzanilla y cuéntame.
Bill bebió lentamente el contenido de la taza, mientras relataba a Nat su sueño. La wica escuchó atentamente y aunque sabía que ese sueño presagiaba una desgracia, lo tranquilizó diciéndole que solo auguraba un gran cambio, un difícil cambio que tendría que enfrentar. Las horas pasaron entre técnicas para dominar sus miedos y rituales protectores, y Bill salió de casa de su amiga casi de noche. Un poco más tranquilo recorría el conocido camino, ya que por consejo de Nat había decidido llamar a Tom y luego ver una película. Estaba a punto de llegar a su hogar, cuando un hombre visiblemente borracho apareció por una esquina. Hizo una mueca de asco y siguió su camino, pero al pasar a su lado, el hombre lo tomó del brazo.
—¡Suélteme! —dijo forcejeando. El olor a alcohol era tan fuerte que retrocedió.
—Esta noche —dijo hipando— esta noche… —decía mientras apretaba más el brazo de Bill. Aterrado por las palabras del borracho, se sacudió violentamente y lo empujó.
—¡Maldito! —le gritó el hombre tratando de levantarse.
Bill corrió todo lo que le dieron sus piernas, asustado por el extraño incidente con ese hombre que no conocía. Llegó agitado a su casa y Nerón salió a recibirlo entre saltos y lamidas.
—Tranquilo muchacho, tranquilo. Papá ya está en casa —dijo mientras acariciaba suavemente la cabeza de su can.
Debe haber sido un tipo que me confundió con alguien. Sí, eso debe ser. No permitiré que me afecte. No. Hay millones de borrachos en las calles, además lo tiré al suelo. No me pasará nada.
Luego de cerrar todas las puertas de su casa y asegurarse que ninguna ventana estuviera abierta, se preparó otra manzanilla, prendió los inciensos de ámbar que Nat le había dado para controlar sus nervios y encendió el televisor. Hizo zapping por unos minutos hasta que encontró Notting Hill, una de sus películas favoritas, así que con una gran sonrisa llamó a su mascota, quien obediente se echó a su lado en el sofá y recostó su cabeza en el regazo de su amo hasta que cerró sus ojos. Bill vio toda la película, pero cuando estaba por empezar la siguiente comenzó a bostezar. No supo bien en qué momento se quedó dormido, solo despertó cuando Nerón bajó del sofá. Sobándose el cuello, el rubio apagó la tele.
Como de costumbre, el perro se le adelantó y subió las escaleras rumbo a la habitación. El rubio trajo la manta de su mascota y la tendió en el piso, al lado de su cama. Entró al baño, y luego de lavarse los dientes, se acostó.
—Hasta mañana, bebé —dijo estirando la mano fuera de la cama. El can lamió sus dedos en señal de respuesta y Bill se tapó con las sábanas hasta la cabeza.
Nerón se tendió en la manta y cerró los ojos. Empezaba a quedarse dormido, cuando unos extraños ruidos lo despertaron. Sigilosamente, se levantó y vio a su amo desparramado por la cama con la mano colgando al borde; se acercó a ella y, luego de olerla, la lamió. Bill se movió un poco, pero no despertó. El perro quiso salir a investigar, pero prefirió quedarse al lado de su amo en total alerta. La noche avanzaba y nuevamente se oyeron unos ruidos, parecían cristales rompiéndose y algo como un chillido lastimero terminó de despertar a Bill, pero al sentir en su mano la tan conocida caricia húmeda, se sintió seguro y se quedó dormido de nuevo.
El sol se colaba por las rendijas de su ventana, cuando Bill por fin despertó. Se estiró cómodamente y dio vueltas en la cama tratando de encontrar la posición perfecta, hasta que comenzó a sentir calor. Fastidiado, pateó las mantas y  se incorporó. Con pereza miró el reloj  de su velador y casi se cae al suelo al ver que eran casi las once  de la mañana. Rápido se bajó de la cama, extrañado de que Nerón no lo haya despertado para ir al jardín.
—¡Nerón! —gritó, al tiempo que salía de su dormitorio —¡Nerón! Pequeño, ven con papá —volvió a gritar, pero el can no apareció.
Bajó las escaleras y buscó en todos los sitios donde solía esconderse, pero no había señales de su mascota. Asustado, salió al jardín y vio la verja abierta, se imaginó que Nerón se había escapado y presuroso subió a su habitación para cambiarse, entró al baño y dejó escapar un grito de terror, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y retrocedía espantado: colgado de la regadera, con sangre aún goteando de su cuerpo, se encontraba su mascota.
—¡No! ¡No! —gritó con todo lo que daban sus pulmones y salió tambaleándose de terror, con la mirada fija en la gran mancha de sangre que se amontonaba en el piso de la ducha. Su torso chocó con la cómoda y el espejo de mano que siempre dejaba encima cayó al suelo haciéndose añicos. Pero algo más llamó su atención: había un papel sobre la manta de su querido perro. Aterrado, miró a todos lados y, limpiando sus ojos, tomó el papel. Al leer, su rostro se deformó en una mueca de terror y cayó desmayado al piso.
Horas después, un par de policías ingresaban a la casa, pues los vecinos, alertados por los gritos, los habían llamado. Encontraron la terrible escena del baño y al dueño de la casa, aparentemente desmayado, tendido en el suelo con una nota en la mano. Uno de ellos se atrevió a tomarla y leyó en voz alta: «Los humanos también lamemos».

Meses después…
La habitación era blanca y fría como todas las habitaciones de ese lugar. Tom entró con un peluche en la mano y un libro bajo el brazo, y se sentó junto al chico rubio que miraba por la ventana fijamente.
—Hola.
El muchacho volteó al instante dejando escapar una hermosa sonrisa.
—Viniste —dijo alegre.
—Sabes que me gusta pasar el tiempo contigo, Bill.
—A mí también —dijo sonrojado.
—Mira, te traje algo —dijo mientras le mostraba un pequeño oso de peluche.
—Es hermoso, Tom —dijo apretándolo contra su pecho—. Gracias.
—De nada, Bill —dijo sin despegar los ojos de su rostro.
—¿Trajiste tu libro de historia?
—Así es. ¿Qué quieres que te lea hoy? —dijo acercando el banco al rubio.
—Podría ser algo sobre Nerón, el emperador romano.
—Ne-nerón —dijo con la voz temblorosa.
—Es extraño, pero hoy amanecí con ese nombre en la cabeza. ¿Estás bien? Te pusiste pálido —dijo mirándolo con preocupación.
—Sí, es sólo que recordé algo…
—Entonces, si ya estás mejor, puedes empezar —dijo sonriéndole, mientras su mirada se perdía de nuevo en la ventana.
—Como digas, Bill.
Tom bajó la vista hacia su libro mientras sentía sus ojos humedecerse. Sorbió por la nariz y buscó la lectura que quería su Bill. Habían pasado casi seis meses del terrible suceso y el rubio poco a poco empezaba a mejorar. Al menos ya permitía que estuviera cerca de él sin ponerse a gritar y patalear. Los médicos le explicaron que debido al shock su mente decidió borrar todo lo relacionado con el tema, incluyendo la relación que mantenían.
—¿Qué pasa Tom? ¿Por qué no lees? —dijo sin apartar su vista de la ventana.
—Es que se me perdió la hoja, disculpa —se limpió las pequeñas lágrimas que se le habían escapado y suspiró.
—Debes estar más atento —dijo riendo suave.
—Sí, prestaré atención, Bill. Te lo prometo.
***
—¡¡¡Will, apaga ese televisor. Es más de medianoche!!!
El pequeño apagó la televisión con lágrimas en los ojos. Nunca más vería esa serie, aunque eso significara no ver a su actor favorito. El capítulo de esa semana lo había asustado demasiado, además de entristecerlo. ¿Qué tipo de leyenda urbana era esa? Nunca había escuchado de ella.
—Ya mamá, ya lo apagué —dijo el niño limpiándose los ojos.
—¿Estás llorando? —dijo la mujer, acercándose.
—Deberían prohibir que los animales mueran en los programas de televisión, mamá —dijo el niño mientras se lanzaba a los brazos de su madre.
—Mi niño —dijo enternecida—. Esas historias no son reales. Además, en esas series suelen usar muñecos. No te angusties.
—Pero había tanta sangre y el protagonista perdió la memoria. Fue un horrible fin.
—Tranquilo pequeño. No todas las historias pueden tener finales felices y eso lo sabes bien —le dijo, mientras limpiaba sus húmedas mejillas.
—Sí mamá. Pero sigo creyendo que el perrito no debió morir.
—¡Ay Will! Mejor ve a dormir, que mañana es la fiesta de Halloween de tu escuela y aún no has elegido disfraz.
La expresión del niño cambió y en un minuto estuvo parado sobre el sillón, moviéndose en todas direcciones mientras sostenía un micrófono imaginario.
—¡Me voy a disfrazar de estrella de rock! —dijo gritando—. Con casaca de cuero, pantalones desteñidos y muchas cadenas en mi cuello y anillos en mis manos.
—¿Estrella de rock? Bueno, ya veremos de donde sacamos todo lo que te quieres poner. Ahora a dormir —dijo sonriendo.
Will bajó del sofá, se colgó del cuello de su madre y le dio un beso en la mejilla. Ella lo abrazó con fuerza y él subió corriendo las escaleras.
—Hasta mañana, má —gritó desde el barandal de la escalera.
—Hasta mañana, Will —dijo, y minutos después oyó la puerta de la habitación de su pequeño cerrarse al fin.

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