Este shoot participó en el concurso de TH ficción: Leyendas urbanas. Aunque no gané, me gustó mucho participar. Gracias a los que leyeron y comentaron.
Bill despertó de su siesta sumamente nervioso. Había soñado que era atacado por
unas ratas enormes en un callejón muy oscuro y luego de huir, aparecía
un hombre con sombrero de copa y cuchillo en la mano que lo perseguía.
Angustiado, recordó que según los libros de interpretación de sueños que
había leído en la casa de una de sus amigas, el cuchillo significaba
‘traición’ y las ratas ‘enfermedad’. Convencido de que ese sueño sólo
podía ser una mala señal, se levantó de la cama decidido a visitar a
Nat, una wica a quien conoció en un centro de relajación, ella y sólo
ella podría darle una respuesta. Apurado entró al baño, se desvistió y
prendió la terma. Mientras se duchaba, sintió unos rasguños en la puerta
de su habitación.
—Ya Nerón, ya salgo… —gritó.
Cuando
acabó de asearse, se envolvió en una gran toalla y salió del baño. Los
rasguños eran cada vez más fuertes y preocupado abrió la puerta. Nerón
saltó y puso sus dos patas en el pecho del joven rubio haciéndolo
retroceder.
—¿Qué pasa bebé? Ya tienes hambre ¿no?
El
gran danés respondió con un sonoro ladrido y movió la cola en señal de
asentimiento. Bill sonrió y luego de rascar por unos minutos detrás de
las orejas de su can, lo bajó de su pecho.
—Hoy saldré Nerón, deberás cuidar la casa —dijo mirándolo fijamente.
El
perro se sentó y ladeó la cabeza varias veces sin despegar sus claros
ojos de su amo. Enternecido por la mirada brillosa de su mascota, se
puso de cuclillas y acarició su cabeza.
—Papá soñó feo —dijo haciendo un puchero. El can de inmediato se acercó y lamió el rostro de su dueño haciéndolo reír.
—Gracias
por tu apoyo bebé —y le estampó un beso en la peluda frente—, pero creo
que ya es hora de que comas. ¡Son casi las dos de la tarde! Debes estar
muriendo de hambre. Anda y espérame en la cocina.
Y
obediente, el perro salió corriendo hacia dicho lugar. Cuando la leal
mascota desapareció de su vista, Bill se incorporó y una extraña mueca
apareció en su rostro. La sensación de angustia no había desaparecido de
su pecho y eso no le gustaba nada. Desganado, se dirigió al armario y
cogió lo primero que vio, mas cuando estaba a punto de salir, una
conocida melodía se dejó oír. Con una gran sonrisa corrió hacia su cama y
tomó su bolso. La melodía sonaba cada vez más fuerte, así que metió la
mano hasta el fondo y sacó el móvil.
—Amor…
—¡Tom, qué sorpresa! Pensé que hoy no llamarías —dijo sentándose en la cama.
—La reunión se canceló a última hora. Problemas con el abastecedor, parece que no pudo hacer su informe o algo así.
—Que mala noticia, pero me alegra escucharte —dijo dejando escapar un suspiro.
—¿Y cómo has estado?
—Más o menos.
—¿Por qué?
—Me acabo de levantar. Soñé feo.
—Pequeño, seguro comiste demasiado.
—No Tomi, tengo un mal presentimiento —dijo angustiado.
—Ya empezaste con tus cosas, Bill.
—Es cierto, Tomi —dijo apretando la almohada.
—Ay amor por qué serás tan supersticioso. Ya verás que nada va a pasar. Tranquilo.
—¿Tú estás bien? —dijo con voz diminuta.
—Perfectamente, solo extrañándote un montón.
—También te extraño.
—No te preocupes. El domingo estaré en casa y volverás a dormir como un bebé.
—Ya quiero que sea domingo —suspiró en el teléfono.
—Y yo amor. Ahora debo dejarte. Nos llaman, creo que la reunión se llevará a cabo de todas maneras. Cuídate mucho ¿sí?
—No te preocupes. Besos Tomi.
Con
otro suspiro colgó. Tom tenía razón, no debía preocuparse de esa
manera, pero sus sueños nunca lo habían engañado. Así que decidido a
saber qué querían revelarle, tomó su bolso y salió de su habitación. En
la cocina, Nerón ladraba y ladraba.
—¿Qué pasa bebé?
Lo encontró parado de dos patas rasguñando la puerta para salir.
—Pero quién te entiende —dijo acercándose a la puerta para abrirla—. Ya está, sal pero no te alejes mucho.
El
perro salió apresuradamente y Bill aprovechó para recoger el periódico.
Se sorprendió mucho cuando leyó en primera plana que un peligroso
asesino serial había escapado de la cárcel en horas de la madrugada.
Asustado, cerró la puerta y preparó la comida de Nerón, su pecho dolía y
las manos empezaron a temblarle, sus nervios lo dominaban de nuevo. A
los pocos minutos, el can ladraba para que le abriera. Con desconfianza,
se acercó a la puerta mirando a todos lados y luego de que el can
entró, la cerró asegurándola. Le sirvió la comida a su mascota en su
plato especial y se sentó a contemplarlo hasta que terminó. Bill ya no
quería salir, pero el sueño que tuvo lo inquietaba, así que se echó un
poco de brillo en los labios, se puso su gorro y cogió el bolso.
—Nerón, cuidas la casa. Regreso en un par de horas.
Con
el corazón apretado, el rubio se dirigió al departamento de Nat. Caminó
a paso lento ensimismado en ese sueño, y en un intento de calmar algo
sus nervios sacó un cigarro de su bolso y buscó el encendedor, pero no
pudo encontrarlo; revisó sus bolsillos y sonrió cuando lo halló en su
chaqueta. Abrió la tapa, ansioso por prender el cigarro y sentir la
nicotina, y nada, la llama no salía. Lo cerró y volvió a abrirlo, pero
nada ¡el encendedor no funcionaba! Ese hecho lo exaltó aún más, pues lo
consideró como una mala señal, algo que confirmaba su mal
presentimiento. Más nervioso que antes llegó al departamento de Nat y,
para su sorpresa, la puerta estaba entreabierta. Temeroso entró.
—¿Nat?
—Aquí, Bill.
El rubio cerró la puerta y se dirigió a la cocina, de donde provenía la voz.
—¡Qué sorpresa verte! Pero ¿por qué esa carita? ¿Pasó algo? —dijo preocupada.
—Tuve un horrible sueño —dijo muy decaído.
—Debe ser la tensión por no tener a Tom en casa.
—…l
se ha ido otras veces, Nat, y yo he estado muy tranquilo. ¡Demonios! No
recuerdo la última vez que soñé tan feo, creo que fue antes que muriera
mi abuela, no lo sé —dijo con desesperación.
—Tranquilo
Bill, nada de pensar en cosas negativas. Sabes muy bien que con solo
hacerlo, atraemos las malas energías. Ahora siéntate aquí y te traeré un
té de manzanilla —dijo mientras empujaba suavemente al rubio cerca de
una silla.
Bill se
quedó quieto, apoyado en la mesa de la cocina, mientras veía a Nat
preparar el té. Debía tranquilizarse, no podía seguir buscando señales
en todo lo que le pasaba. Quizá Nat tenía razón y solo extrañaba a Tom,
pero ¿y ese sueño? Ese sueño solo podía estar advirtiéndole de algo.
Afligido, hundió la cabeza entre sus brazos y dejó escapar un sonoro
suspiro.
—Tómate la manzanilla y cuéntame.
Bill
bebió lentamente el contenido de la taza, mientras relataba a Nat su
sueño. La wica escuchó atentamente y aunque sabía que ese sueño
presagiaba una desgracia, lo tranquilizó diciéndole que solo auguraba un
gran cambio, un difícil cambio que tendría que enfrentar. Las horas
pasaron entre técnicas para dominar sus miedos y rituales protectores, y
Bill salió de casa de su amiga casi de noche. Un poco más tranquilo
recorría el conocido camino, ya que por consejo de Nat había decidido
llamar a Tom y luego ver una película. Estaba a punto de llegar a su
hogar, cuando un hombre visiblemente borracho apareció por una esquina.
Hizo una mueca de asco y siguió su camino, pero al pasar a su lado, el
hombre lo tomó del brazo.
—¡Suélteme! —dijo forcejeando. El olor a alcohol era tan fuerte que retrocedió.
—Esta
noche —dijo hipando— esta noche… —decía mientras apretaba más el brazo
de Bill. Aterrado por las palabras del borracho, se sacudió
violentamente y lo empujó.
—¡Maldito! —le gritó el hombre tratando de levantarse.
Bill
corrió todo lo que le dieron sus piernas, asustado por el extraño
incidente con ese hombre que no conocía. Llegó agitado a su casa y Nerón
salió a recibirlo entre saltos y lamidas.
—Tranquilo muchacho, tranquilo. Papá ya está en casa —dijo mientras acariciaba suavemente la cabeza de su can.
Debe
haber sido un tipo que me confundió con alguien. Sí, eso debe ser. No
permitiré que me afecte. No. Hay millones de borrachos en las calles,
además lo tiré al suelo. No me pasará nada.
Luego
de cerrar todas las puertas de su casa y asegurarse que ninguna ventana
estuviera abierta, se preparó otra manzanilla, prendió los inciensos de
ámbar que Nat le había dado para controlar sus nervios y encendió el
televisor. Hizo zapping por unos minutos hasta que encontró Notting Hill,
una de sus películas favoritas, así que con una gran sonrisa llamó a su
mascota, quien obediente se echó a su lado en el sofá y recostó su
cabeza en el regazo de su amo hasta que cerró sus ojos. Bill vio toda la
película, pero cuando estaba por empezar la siguiente comenzó a
bostezar. No supo bien en qué momento se quedó dormido, solo despertó
cuando Nerón bajó del sofá. Sobándose el cuello, el rubio apagó la tele.
Como
de costumbre, el perro se le adelantó y subió las escaleras rumbo a la
habitación. El rubio trajo la manta de su mascota y la tendió en el
piso, al lado de su cama. Entró al baño, y luego de lavarse los dientes,
se acostó.
—Hasta
mañana, bebé —dijo estirando la mano fuera de la cama. El can lamió sus
dedos en señal de respuesta y Bill se tapó con las sábanas hasta la
cabeza.
Nerón se
tendió en la manta y cerró los ojos. Empezaba a quedarse dormido, cuando
unos extraños ruidos lo despertaron. Sigilosamente, se levantó y vio a
su amo desparramado por la cama con la mano colgando al borde; se acercó
a ella y, luego de olerla, la lamió. Bill se movió un poco, pero no
despertó. El perro quiso salir a investigar, pero prefirió quedarse al
lado de su amo en total alerta. La noche avanzaba y nuevamente se oyeron
unos ruidos, parecían cristales rompiéndose y algo como un chillido
lastimero terminó de despertar a Bill, pero al sentir en su mano la tan
conocida caricia húmeda, se sintió seguro y se quedó dormido de nuevo.
El
sol se colaba por las rendijas de su ventana, cuando Bill por fin
despertó. Se estiró cómodamente y dio vueltas en la cama tratando de
encontrar la posición perfecta, hasta que comenzó a sentir calor.
Fastidiado, pateó las mantas y se incorporó. Con pereza miró el reloj
de su velador y casi se cae al suelo al ver que eran casi las once de
la mañana. Rápido se bajó de la cama, extrañado de que Nerón no lo haya
despertado para ir al jardín.
—¡Nerón! —gritó, al tiempo que salía de su dormitorio —¡Nerón! Pequeño, ven con papá —volvió a gritar, pero el can no apareció.
Bajó
las escaleras y buscó en todos los sitios donde solía esconderse, pero
no había señales de su mascota. Asustado, salió al jardín y vio la verja
abierta, se imaginó que Nerón se había escapado y presuroso subió a su
habitación para cambiarse, entró al baño y dejó escapar un grito de
terror, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y retrocedía
espantado: colgado de la regadera, con sangre aún goteando de su cuerpo,
se encontraba su mascota.
—¡No!
¡No! —gritó con todo lo que daban sus pulmones y salió tambaleándose de
terror, con la mirada fija en la gran mancha de sangre que se
amontonaba en el piso de la ducha. Su torso chocó con la cómoda y el
espejo de mano que siempre dejaba encima cayó al suelo haciéndose
añicos. Pero algo más llamó su atención: había un papel sobre la manta
de su querido perro. Aterrado, miró a todos lados y, limpiando sus ojos,
tomó el papel. Al leer, su rostro se deformó en una mueca de terror y
cayó desmayado al piso.
Horas
después, un par de policías ingresaban a la casa, pues los vecinos,
alertados por los gritos, los habían llamado. Encontraron la terrible
escena del baño y al dueño de la casa, aparentemente desmayado, tendido
en el suelo con una nota en la mano. Uno de ellos se atrevió a tomarla y
leyó en voz alta: «Los humanos también lamemos».
Meses después…
La
habitación era blanca y fría como todas las habitaciones de ese lugar.
Tom entró con un peluche en la mano y un libro bajo el brazo, y se sentó
junto al chico rubio que miraba por la ventana fijamente.
—Hola.
El muchacho volteó al instante dejando escapar una hermosa sonrisa.
—Viniste —dijo alegre.
—Sabes que me gusta pasar el tiempo contigo, Bill.
—A mí también —dijo sonrojado.
—Mira, te traje algo —dijo mientras le mostraba un pequeño oso de peluche.
—Es hermoso, Tom —dijo apretándolo contra su pecho—. Gracias.
—De nada, Bill —dijo sin despegar los ojos de su rostro.
—¿Trajiste tu libro de historia?
—Así es. ¿Qué quieres que te lea hoy? —dijo acercando el banco al rubio.
—Podría ser algo sobre Nerón, el emperador romano.
—Ne-nerón —dijo con la voz temblorosa.
—Es extraño, pero hoy amanecí con ese nombre en la cabeza. ¿Estás bien? Te pusiste pálido —dijo mirándolo con preocupación.
—Sí, es sólo que recordé algo…
—Entonces, si ya estás mejor, puedes empezar —dijo sonriéndole, mientras su mirada se perdía de nuevo en la ventana.
—Como digas, Bill.
Tom
bajó la vista hacia su libro mientras sentía sus ojos humedecerse.
Sorbió por la nariz y buscó la lectura que quería su Bill. Habían pasado
casi seis meses del terrible suceso y el rubio poco a poco empezaba a
mejorar. Al menos ya permitía que estuviera cerca de él sin ponerse a
gritar y patalear. Los médicos le explicaron que debido al shock su
mente decidió borrar todo lo relacionado con el tema, incluyendo la
relación que mantenían.
—¿Qué pasa Tom? ¿Por qué no lees? —dijo sin apartar su vista de la ventana.
—Es que se me perdió la hoja, disculpa —se limpió las pequeñas lágrimas que se le habían escapado y suspiró.
—Debes estar más atento —dijo riendo suave.
—Sí, prestaré atención, Bill. Te lo prometo.
***
—¡¡¡Will, apaga ese televisor. Es más de medianoche!!!
El
pequeño apagó la televisión con lágrimas en los ojos. Nunca más vería
esa serie, aunque eso significara no ver a su actor favorito. El
capítulo de esa semana lo había asustado demasiado, además de
entristecerlo. ¿Qué tipo de leyenda urbana era esa? Nunca había
escuchado de ella.
—Ya mamá, ya lo apagué —dijo el niño limpiándose los ojos.
—¿Estás llorando? —dijo la mujer, acercándose.
—Deberían
prohibir que los animales mueran en los programas de televisión, mamá
—dijo el niño mientras se lanzaba a los brazos de su madre.
—Mi niño —dijo enternecida—. Esas historias no son reales. Además, en esas series suelen usar muñecos. No te angusties.
—Pero había tanta sangre y el protagonista perdió la memoria. Fue un horrible fin.
—Tranquilo
pequeño. No todas las historias pueden tener finales felices y eso lo
sabes bien —le dijo, mientras limpiaba sus húmedas mejillas.
—Sí mamá. Pero sigo creyendo que el perrito no debió morir.
—¡Ay Will! Mejor ve a dormir, que mañana es la fiesta de Halloween de tu escuela y aún no has elegido disfraz.
La
expresión del niño cambió y en un minuto estuvo parado sobre el sillón,
moviéndose en todas direcciones mientras sostenía un micrófono
imaginario.
—¡Me
voy a disfrazar de estrella de rock! —dijo gritando—. Con casaca de
cuero, pantalones desteñidos y muchas cadenas en mi cuello y anillos en
mis manos.
—¿Estrella de rock? Bueno, ya veremos de donde sacamos todo lo que te quieres poner. Ahora a dormir —dijo sonriendo.
Will
bajó del sofá, se colgó del cuello de su madre y le dio un beso en la
mejilla. Ella lo abrazó con fuerza y él subió corriendo las escaleras.
—Hasta mañana, má —gritó desde el barandal de la escalera.
—Hasta mañana, Will —dijo, y minutos después oyó la puerta de la habitación de su pequeño cerrarse al fin.
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