«Y en mi noche,
la más oscura noche del alma,
cuando caí
rendida al dolor,
cuando hinqué
mis rodillas en la tierra
y con lágrimas
llamé a la muerte, a mi muerte,
apareció, de la
nada, lo sentí antes de verlo,
mi cuerpo se
enderezó, las lágrimas cayeron en la Madre,
ya limpias de
todo.
Mi pecho se
abrió al oír su música, su aullido
que envuelve
todo y lo arrancaba de mí, y en un giro
armonioso lo enviaba a las nubes, al
cielo
y
sentí su aliento en mi espalda, el calor que emanaba.
Mis
manos temblando acariciaron
su
pelo suave, entre mis dedos,
sus
ojos negros, como mi noche,
su
pelo blanco, como mi alma,
y me
enredé en él, y me guió a través de senderos,
de
empinadas colinas, de valles y ríos
hasta
ese lugar donde era necesario que yo fuera
y
ahí me dijo: «Quédate quieta y verás el sendero a tu corazón».
Y
ahí me quedé, quieta, sintiendo su aliento en mi espalda
vacía
de todo, quieta
y la
luz me envolvió
y
sentí que allí es donde estaba yo, de verdad, sin más,
y se
llenó de amor, de luz, de serenidad, de paz mi pecho
y
una fuerza lo oprimía hasta que salió el más bello aullido de mi alma
aullido
de amor, de luz
y lo
escuché a mi lado, mi Lobo, aullaba también
los
dos, los tres... todos, la tribu unida
saliendo
directo del corazón música, vibración
y lo
miré y sonreí
y lo
abracé: te amo.
Agradecí
el dolor, el odio, lo oscuro de mí, de esa parte que escondía,
lo
amé y salí a respirar a mi día.
Amanecía
en el horizonte
podía
sentir el sol en mi rostro,
en
mi piel suave, desnuda de todo
que
brilla con sus rayos de oro.
Ha
amanecido al fin, lo sé,
la
noche ha acabado.
Miro
a mi lobo, le amo, le doy las gracias
y me
veo en él y él en mí
y
caminamos por los bosques
y
corremos
y
saltamos danzando al ritmo del tambor que marca el latido de
nuestra
madre, dichosos en amor».
Ver más: http://www.hijasdelatierra.es/blog/destellos-de-recuerdos/
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